En 1887 se decidió instalar en el parque del Prater una moderno artilugio. Sería una gran distracción para los vieneses de fines del siglo XIX. Viajando en cualquiera de las 30 cabinas, sus usuarios podían ascender hasta los 70 metros de altura. Contemplarían Viena desde una perspectiva nunca vista. Como lo hicieron Joseph Cotten y Orson Welles en la recordada película de «El tercer Hombre. Después de cien años la Wiener Riesenrad sigue girando hasta el infinito. Esta noria ya no es un simple artefacto: se ha convertido por derecho propio en protagonista del paisaje vienés. Tanto es así que cuando llega noche se transforma en un árbol más del bosque del Prater.
Autor de foto y texto: Alfredo Medina ©