En la tierra de Darwin, existe un buen ejemplo de que las ciudades son seres vivos que saben adaptarse y evolucionar. Hasta el siglo XVIII el viejo Edimburgo vivía encerrado dentro de sus murallas. Un crecimiento desorbitado de la población, que habitaba en condiciones insalubres, provocó su expansión urbanística. Se derribaron las baluartes y se diseñó una nuevo Edimburgo: la New Town. El resultado fue una obra maestra del urbanismo mundial, con calles anchas ordenadas en cuadriculas. Se edificaron viviendas de estilo georgiano para la burguesía escocesa y se radicó la vida comercial.
Entre la neblina escocesa emerge el viejo núcleo medieval, frente a él, la racional ciudad decimonónica. Desde la cima de Calton Hill percibimos con claridad como el tiempo ha dejado huella en Edimburgo.
Autor de foto y texto: Alfredo Medina ©