A orillas del río Guadalete emerge un laberinto de calles sinuosas que atrapará poderosamente al viajero. Entre jazmines y casas encaladas, el visitante se elevará hasta la cima de una gran loma, donde el castillo es dueño y señor del paisaje. Desde allí se presiente el Atlántico y se abraza la comarca de la Janda. Desde esta atalaya se palpa la importancia que tuvo Vejer como bastión defensivo en otras épocas. La antigua Baessipo fue un enclave muy disputado por pueblos que un día fueron invasores, pero que dejaron una apreciada impronta. En todo el entramado urbano de intramuros la influencia musulmana es plenamente reconocible. Admirables son su pintoresca Judería, sus arcos transversales y sus patios luminosos. Desde cualquiera de sus recónditos miradores, Vejer se asoma a un paisaje sin frontera.
Autor de foto y texto: Alfredo Medina ©